Aquel viernes 11 de marzo de 2011 fue un día fatal para Japón. Un terremoto con magnitud 9 en la escala de Richter causó grandes pérdidas humanas y materiales en diversas regiones del país. No obstante, los 6 reactores nucleares operativos en la planta de Dai-ichi, en Fukushima, aguantaron bien esa extrema prueba. Fue el posterior tsunami lo que provocó una cadena de fallos y daños en diversos activos de la infraestructura de soporte de los reactores, especialmente la ausencia de suministro eléctrico en ciertos equipos de control y baterías de back-up, lo que contribuyó al desastre nuclear que todos conocemos. De esos 6 reactores, tres se fundieron virtualmente y uno quedó seriamente dañado.
Desde entonces, ya han pasado más de cuatro largos años. En la zona se están llevando a cabo múltiples proyectos enfocados a crear un incierto futuro para aquella denostada tierra y su población. Los residentes en el área cercana tuvieron que ser evacuados; actualmente, aún quedan 70.000 refugiados nucleares instalados en viviendas provisionales y barrios de barracones en otros lugares. Muchos ya optaron por salir de aquella región, posiblemente, para no volver jamás; otros permanecen a la espera de que las autoridades los reubiquen en otros destinos de residencia; pero los hay que se resisten a abandonar el suelo donde echaron sus raíces y persisten en lo que se antoja como una larga espera. Las autoridades han estipulado que podrán volver a su zona de enraizamiento cuando el nivel de radiación sea inferior. Ellos se han habituado a vivir en precario, con protocolos especiales y 1.000€ mensuales por compensación de sufrimiento psicológico, además de otras prevendas económicas que ofrecen la Administración y algunas instituciones para ayudar a sobrellevar su situación. En fin, una tragedia humana.
Mientras tanto, para conseguir reducir la contaminación del suelo y crear ese futuro del que hablamos, se está llevando a cabo una inmensa tarea por parte de los equipos especializados, moviendo tierras con maquinaria y aplicando tratamientos especiales a una extensa área constituida mayoritariamente por terreno rural.
Pero centrándonos en la central de Dai-ichi y sus inmediaciones, muchos de los trabajos que se están llevando a cabo son proyectos de gran calado y algunas ideas ni tan siquiera se han probado con anterioridad o existe muy poca experiencia en su utilización.
Uno de ellos, por ejemplo, es el futuro desarrollo de una sofisticada estructura robótica que pueda decomisionar los equipos de los reactores y muchas toneladas de fuel. Algunas previsiones apuntan a que estos trabajos se iniciarán el año 2025, pero podrían demorarse aún más.
Mientras tanto, se está bombeando agua en la zona de los reactores 1, 2 y 3 para evitar sobrecalentamientos. Esta agua se contamina y requiere utilizar un sistema de tratamiento especial para ir reduciendo su toxicidad; ya hay cerca de 400.000 toneladas de líquido acumuladas hasta la fecha, en múltiples depósitos instalados para la ocasión. Una vez se consiga el objetivo de concluir esta vasta operación, no se sabe lo que se hará con todo ese líquido almacenado. La idea original pasa por verterla al océano Pacífico, pero hay una gran oposición por parte de las asociaciones de pescadores y diversas organizaciones.
La central de Dai-ichi está ubicada entre mar y montaña. Un macro proyecto interesante se dirige a evitar la contaminación de las aguas del subsuelo, procedentes de las lluvias, que fluyen desde las capas montañosas más altas hacia las instalaciones de Dai-ichi. Se estima que cada día alcanzan la central nada menos que 300t de media. Se trabaja en un proyecto de bypass con la finalidad de que en un futuro ese caudal no alcance la planta y se vierta directamente al mar.
Pero quizá, desde el punto de vista de ingeniería, uno de los proyectos más audaces y creativos que se están llevando a cabo es la construcción de un muro de hielo subterráneo que circunde a los cuatro reactores comentados. Se trata de prevenir que el agua del subsuelo alcance la zona de los reactores y se contamine, además de evitar que materiales tóxicos acumulados allí puedan contaminar el subsuelo y el mar. Esta barrera impermeable tendrá una longitud de 1,5 km. Se han realizado perforaciones en el terreno para instalar múltiples tubos que, posteriormente, se llenarán con agente refrigerante. Se espera conseguir bajar la temperatura (teóricamente hasta -40ºC), para impermeabilizar todo el terreno que circunda. Un atractivo de esta tecnología es que puede aplicarse en una parcela donde hay múltiples obstáculos subterráneos existentes (tuberías, cables, etc.), de forma que se integran relativamente bien en ese muro artificial. Además, otra ventaja es que su instalación resulta relativamente sencilla, a pesar de la magnitud de las dificultades técnicas y operativas en el área.
Este sistema ya se ha utilizado con éxito para la construcción túneles, con el propósito de evitar que llegue agua subterránea mientras dura la obra. Pero la diferencia de este muro de hielo frente a experiencias pasadas es que, además de su gran tamaño, tendrá que mantenerse operativo durante varios años, por lo menos hasta que se consiga que ya no lleguen más aportaciones sensibles de agua a la planta.
Nadie sabe a ciencia cierta si esas paredes congeladas podrán soportar otro terremoto o quedar afectadas como consecuencia de un verano muy caluroso. Sus defensores afirman que sí; argumentan que incluso si fallara el suministro de energía que garantiza la baja temperatura del muro, se han previsto diversos sistemas de salvaguarda; además, confían en que el muro podría aguantar sin estímulo externo hasta un periodo de 2 meses. En cualquier caso, el proyecto sigue adelante, aunque puede sufrir retrasos e incluso su cancelación, como ya ha pasado con otras iniciativas, si las primeras evaluaciones no son satisfactorias.
Es complicado calcular a cuánto ascenderá la factura de todas las operaciones y parte de las compensaciones económicas para el decomiso de la central y la rehabilitación de sus inmediaciones. Algunas estimaciones sobre este coste para el próximo decenio apuntan hacia los 50.000.000 M de yenes, lo que constituye más de un 10% del PIB de Japón. No obstante, hay disparidad de opiniones y muchos consideran que esta tarea podría llegar a extenderse a lo largo de 30 a 40 años más.
A pesar de tanta mala noticia acumulada, también se cosechan éxitos que no deberían pasarse por alto. Por ejemplo, en el reactor 4 ya se ha conseguido retirar nada menos que 1.535 barras de fuel del interior de la piscina-almacén un año antes de lo previsto.
Los equipos técnicos han trabajado intensamente, muchas veces de forma heroica, y continúan desarrollando su labor para conseguir mejorar la situación. Pero no hay que olvidar que, paradójicamente, Fukushima constituye una gran oportunidad para probar cosas nuevas, que si funcionan correctamente, podrían constituir experiencias de un valor incalculable a la hora de poder aplicarlas en catástrofes futuras.
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